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Sobre la Teoría de Einstein y otras cuestiones

Autor por Emilio Silvera    ~    Archivo Clasificado en Astronomía y Astrofísica    ~    Comentarios Comments (3)

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La teoría de Einstein goza de una amplia aceptación debido a los aciertos macroscópicos que han sido verificados de manera experimental. Los más recientes están referidos a los cambios de frecuencia de radiación en púlsares binarios debido a la emisión de ondas gravitacionales, que actualmente estudia Kip S. Thorne, en relación a los agujeros negros. Entre las predicciones que Einstein propugna en su teoría se encuentran, por ejemplo, la existencia de ondas gravitacionales, que el universo está en constante expansión y que, por lo tanto, tuvo un inicio: el Big Bang o los agujeros negros.

Se trata de regiones donde la gravedad es tan intensa que ni siquiera la luz puede escapar de su atracción. Estas regiones se forman por el colapso gravitatorio de estrellas masivas en la etapa final de su existencia como estrella, acabado el combustible nuclear y no pudiendo fusionar hidrógeno en helio, fusiona helio en carbono, después carbono en neón, más tarde neón en magnesio y así sucesivamente hasta llegar a elementos más complejos que no se fusionan, lo que produce la última resistencia de la estrella contra la fuerza de gravedad que trata de comprimirla, se degeneran los neutrones como último recurso hasta que, finalmente, la estrella explota en supernova lanzando al espacio las capaz exteriores de su material en un inmenso fogonazo de luz; el equilibrio queda roto, la fuerza de expansión que contrarrestaba a la fuerza de gravedad no existe, así que, sin nada que se oponga la enorme masa de la estrella supermasiva, se contrae bajo su propio peso, implosiona hacia el núcleo, se reduce más y más, su densidad aumenta hasta lo inimaginable, su fuerza gravitatoria crece y crece, hasta que se convierte en una singularidad, un lugar en el que dejan de existir el tiempo y el espacio.

Allí no queda nada, ha nacido un agujero negro y a su alrededor nace lo que se ha dado en llamar el Horizonte de Sucesos, que es una región del espacio, alrededor del agujero negro que una vez traspasada no se podrá regresar; cualquier objeto que pase esta línea mortal, será literalmente engullida por la singularidad del agujero negro. De hecho, el telescopio espacial Hubble, ha enviado imágenes captadas cerca de Sagitario X-1, en el centro de nuestra galaxia, donde reside un descomunal agujero negro que, en las fotos enviadas por el telescopio, aparece como atrapa la materia de una estrella cercana y se la engulle.

Esta es la fuerza que se pretende unir a la Mecánica Cuántica en la teoría de supercuerdas, es decir, que Einstein con su relatividad general que nos describe el cosmos macroscópico, se pueda reunir con Max Planck y su cuanto infinitesimal del universo atómico, lo muy grande con lo muy pequeño.

Hasta el momento, Einstein se ha negado a esta reunión y parece que desea caminar solo. Las otras fuerzas están presentes en el Modelo Estándar, la gravedad no quiere estar en él, se resiste.

De hecho, cuando se ha tratado de unir la mecánica cuántica con la gravedad, aunque el planteamiento estaba muy bien formulado, el resultado siempre fue desalentador; las respuestas eran irreconocibles, sin sentido, como una explosión entre materia y antimateria, un desastre.

Sin embargo, es preciso destacar que las nuevas teorías de supersimetría, supergravedad, supercuerdas o la versión mas avanzada de la teoría M de Ed Witten, tienen algo en común: todas parten de la idea expuesta en la teoría de Kaluza-Klein de la quinta dimensión que, en realidad, se limitaba a exponer la teoría de Einstein de la relatividad general añadiendo otra dimensión en la que se incluían las ecuaciones de Maxwell del electromagnetismo.

Hasta hoy no se ha logrado, ni mucho menos, inventar una teoría de campo que incluya la gravedad. Se han dado grandes pasos, pero la brecha “científicounificante” es aún muy grande. El punto de partida, la base, ha sido siempre la relatividad y conceptos en ella y con ella relacionados, por la excelencia que manifiesta esa teoría para explicar la física gravitatoria cósmica. El problema que se plantea surge de la necesidad de modificar esta teoría de Einstein sin perder por ello las predicciones ya probadas de la gravedad a gran escala y resolver al mismo tiempo el problema de la gravedad cuántica en distancias cortas y de la unificación de la gravedad con las otras fuerzas de la naturaleza. Desde la primera década del siglo XX se han realizado intentos que buscan la solución a este problema, y que han despertado gran interés.

Después de la explosión científica que supuso la teoría de la relatividad general de Einstein que asombró al mundo, surgieron a partir e inspiradas por ella, todas esas otras teorías que antes he mencionado desde la teoría Kaluza-Klein a la teoría M.

Es de enorme interés el postulado que dichas teorías expone. Es de una riqueza incalculable el grado de complejidad que se ha llegado a conseguir para desarrollar y formular matemáticamente estas nuevas teorías que, como la de Kaluza-Klein o la de supercuerdas (la una en cinco dimensiones y la otra en 10 ó 26 dimensiones) surgen de otra generalización de la relatividad general tetradimensional einsteniana que se plantea en cuatro dimensiones, tres espaciales y una temporal, y para formular las nuevas teorías se añaden más dimensiones de espacio que, aunque están enrolladas en una distancia de Planck, facilitan el espacio suficiente para incluir todas las fuerzas y todos los componentes de la materia, tratando de postularse como la Teoría de Todo.

La Gran Teoría Unificada que todo lo explique es un largo sueño acariciado y buscado por muchos. El mismo Einstein se pasó los últimos treinta años de su vida buscando el Santo Grial de la teoría del todo en la física, unificadora de las fuerzas y de la materia. Desgraciadamente, en aquellos tiempos no se conocían elementos y datos descubiertos más tarde y, en tales condiciones, sin las herramientas necesarias, Einstein no podría alcanzar su sueño tan largamente buscado. Si aún viviera entre nosotros, seguro que disfrutaría con la teoría de supercuerdas o la teoría M, al ver como de ellas, sin que nadie las llame, surgen, como por encanto, sus ecuaciones de campo de la relatividad general.

La fuerza de la naturaleza, en el universo primitivo del Big Bang, era una sola fuerza y el estado de la materia es hoy conocido como “plasma”; las enormes temperaturas que regían no permitía la existencia de protones o neutrones, todo era como una sopa de quarks. El universo era opaco y estaba presente una simetría unificadora.

Más tarde, con la expansión, se produjo el enfriamiento gradual que finalmente produjo la rotura de la simetría reinante. Lo que era una sola fuerza se dividió en cuatro. El plasma, al perder la temperatura necesaria para conservar su estado, se trocó en quarks que formaron protones y neutrones que se unieron para formar núcleos. De la fuerza electromagnética, surgieron los electrones cargados negativamente y que, de inmediato, fueron atraídos por los protones de los núcleos, cargados positivamente; así surgieron los átomos que, a su vez, se juntaron para formar células y éstas para formar los elementos que hoy conocemos. Después se formaron las estrellas y las galaxias que sirvieron de fábrica para elementos más complejos surgidos de sus hornos nucleares hasta completar los 92 elementos naturales que conforma toda la materia conocida. Existen otros elementos que podríamos añadir a la Tabla, pero estos son artificiales como el plutonio o el einstenio.

Estos conocimientos y otros muchos que hoy posee la ciencia es el fruto de mucho trabajo, de la curiosidad innata al ser humano, del talento de algunos y del ingenio de unos pocos, todo ello después de años y años de evolución pasando los descubrimientos obtenidos de generación en generación.

¿Cómo habría podido Einstein formular su teoría de la relatividad general sin haber encontrado el Tensor métrico del matemático alemán Riemann?

¿Qué formulación del electromagnetismo habría podido hacer James C. Maxwell sin el conocimiento de los experimentos de Faraday?

La relatividad especial de Einstein, ¿habría sido posible sin Maxwell y Lorentz?

¿Qué unidades habría expuesto Planck sin los números de Stoney?

Así podríamos continuar indefinidamente, partiendo incluso, del átomo de Demócrito, hace ahora más de 2.000 años. Todos los descubrimientos e inventos científicos están apoyados por ideas que surgen desde conocimientos anteriores que son ampliados por nuevas y más modernos formulaciones.

Precisamente, eso es lo que está ocurriendo ahora con la teoría M de las supercuerdas de Witten. Él se inspira en teorías anteriores que, a su vez, se derivan de la original de A. Einstein que pudo surgir, como he comentado, gracias al conocimiento que en geometría aportó Riemann con su tensor métrico.

Y no sería extraño que, al igual que Einstein pudo salir del callejón sin salida en el que estaba metido, hasta que por fin apareció la geometría espacial curva de Riemann para salvarlo que, de la misma manera, Witten y otros, puedan salir del escollo en el que han quedado aprisionados con la teoría de supercuerdas, gracias a las funciones modulares de aquel extraño matemático llamado Ramanujan que, como Riemann, murió antes de cumplir los treinta y cinco años.

En el ranking de los científicos más importantes del mundo, elaborado en función del impacto de los artículos publicados por cada cual en las revistas científicas, los trabajos realizados y los libros, etc, que es un buen indicador de la carrera de cada uno, no parece haber ninguna duda en que Ed Witten, el físico-matemático estadounidense, tiene el número uno de esa lista, y muy destacado sobre el segundo. Aunque es Físico Teórico, en 1.990, la Unión Internacional de Matemáticos le concedió la Medalla Field, algo así como el primeo Nobel en matemáticas que no concede la Academia Sueca. Es la figura más destacada en el campo de las supercuerdas, un complicado entramado teórico que supera el gran contrasentido de que las dos vertientes más avanzadas de la física, la teoría relativista de la gravitación y la mecánica cuántica, sean incompatibles pese a que cada una por separado estén más que demostradas.

Ningún físico se siente cómodo con este divorcio recalcitrante, aunque no todos tienen la misma confianza en esta concepción de las supercuerdas, en que las partículas elementales (electrones, quarks, etc) son modos de vibración de cuerdas de tamaño inimaginablemente pequeño (10-33 cm) que existen en universos con 11 dimensiones en lugar de las cuatro cotidianas, tres de espacio y una de tiempo de la teoría de A. Einstein. Las supercuerdas están en ebullición desde que hace unos veinte años Witten dio un fuerte tirón a toda la cuestión al sintetizar brillantemente ideas que estabas en el ambiente y que nadie había sido capaz de formular a plena satisfacción de todos, ya que, esta especialidad de supercuerdas y de las 11 dimensiones exige un nivel y una profundidad matemática que sólo está al alcance de unos pocos. Este trabajo de Witten desembocó en lo que hasta ahora todos denominan teoría M (Witten, como ya he comentado antes, se refería en su exposición de la nueva teoría – o mejor, nuevo planteamiento – a magia, misterio y matriz).

La teoría de supercuerdas tiene tantas sorpresas fantásticas que cualquiera que investigue en el tema reconoce que está llena de magia. Es algo que funciona con tanta belleza… Cuando cosas que no encajan juntas e incluso se repelen, si se acerca la una a la otra alguien es capaz de formular un camino mediante el cual, no sólo no se rechazan, sino que encajan a la perfección dentro de ese sistema, como ocurre ahora con la teoría M que acoge con naturalidad la teoría de la relatividad general y la teoría mecánico-cuántica; ahí, cuando eso se produce, está presente la belleza.

Lo que hace que la teoría de supercuerdas sea tan interesante es que el marco estándar mediante el cual conocemos la mayor parte de la física es la teoría cuántica y resulta que ella hace imposible la gravedad. La relatividad general de Einstein, que es el modelo de la gravedad, no funciona con la teoría cuántica. Sin embargo, las supercuerdas modifican la teoría cuántica estándar de tal manera que la gravedad no sólo se convierte en posible, sino que forma parte natural del sistema; es inevitable para que éste sea completo.

Un sistema como el Modelo Estándar, que acoge todas las fuerzas de la naturaleza, dejando aparte la fuerza gravitatoria, no refleja la realidad de la naturaleza, está incompleto.

Hace muchos años que la física persigue ese modelo, la llaman Teoría de Todo y debe explicar todas las fuerzas que interaccionan con las partículas subatómicas que conforman la materia y, en definitiva, el universo, su comienzo y su final, el hiperespacio y los universos paralelos. Esa es la teoría de supercuerdas.

¿Por qué es tan importante encajar la gravedad y la teoría cuántica? Porque no podemos admitir una teoría que explique las fuerzas de la naturaleza y deje fuera a una de esas fuerzas. Así ocurre con el Modelo Estándar que deja aparte y no incluye a la fuerza gravitatoria que está ahí, en la naturaleza.

La teoría de supercuerdas se perfila como la teoría que tiene implicaciones si tratamos con las cosas muy pequeñas, en el microcosmos; toda la teoría de partículas elementales cambia con las supercuerdas que penetra mucho más; llega mucho más allá de lo que ahora es posible.

En cuanto a nuestra comprensión del universo a gran escala (galaxias, el Big Bang…), creo que afectará a nuestra idea presente, al esquema que hoy rige y, como la nueva teoría, el horizonte se ampliará enormemente; el cosmos se presentará ante nosotros como un todo, con un comienzo muy bien definido y un final muy bien determinado.

Para cuando eso llegue, sabremos lo que es, como se genera y dónde están situadas la esquiva materia oscura y energía invisible que sabemos que están ahí, pero no sabemos explicar ni el qué ni el por qué. Mi teoría partícular al respecto, es que la Materia oscura podría estar escondida en otra Dimensión, y, las fluctuaciones de vacío, al formar grietas en el espaciotiempo de la estructura del Universo, seja pasar a los veloces gravitones que nos traen los efectos de la fuerza de gravedad que ésta materia oculta genera hasta nuestra dimensión.

En realidad ¿Qué sabemos nosotros de eso que llamamos espacio vacío? ¿Qué esconde? ¿Qué energías oculta? ¿Qué son las partículas virtuales que por pares aparecen, surgidas de la “nada” y en millonésimas de segundo ya no están?

¡Sabemos aún tan poco!

emilio silvera

 

  1. 1
    José Miguel Pueyo, psicoanalista
    el 16 de mayo del 2011 a las 21:11

     
     
    Albert Einstein, su opinión sobre la religión y la cuestión judía
     
    José Miguel Pueyo, psicoanalista
     
    En un simposio sobre la relación entre ciencia, filosofía y religión, celebrado el año 1934, el físico alemán Albert Einstein (1879-1955) afirmó «La ciencia sin religión está coja, y la religión sin ciencia está ciega». Esa frase, no menos que «El Señor es sutil pero no malicioso», así como «Dios no juega a los dados con el universo»1 dio a entender que para el más célebre de los nacidos en Ulm, ciudad alemana famosa por su Catedral, la iglesia protestante de arquitectura gótica con la torre más alta del mundo en ese tipo de edificaciones (161,53 m), razón y fe, lejos de excluirse, se complementan y, por lo mismo, el famoso adagio zanjaba la disputa sobre si el padre de la teoría de la relatividad (Invariantentheorie, según sus palabras) era creyente o no.
     
    La tranquilidad duró hasta el martes 13 de mayo de este año, día en que el diario británico The Guardian publicaba una carta poco conocida del premio Nobel. Escrita en alemán de su puño y letra, la misiva, fechada en Princeton el 3 de enero de 1954, un año, por lo tanto, antes de su muerte, tenía por destinatario al filósofo alemán Eric Gutkind (1877-1965), quien había enviado poco antes al genio alemán su libro Choose Life: The Biblical Call to Revolt. Hardcover. Horizon Press, 1952, (Escoger la vida: la llamada bíblica a la rebelión).
     
    La carta-revelación de Einstein sobre la religión (traducida al inglés por Joan Stambaugh), se puso a la venta el jueves día 15 por la casa de subastas Bloomsbury de Londres –junto a otros documentos que, a su lado, pasaron inadvertidos, como algunas cartas de Darwin y de Mata Hari– tras permanecer más de 50 años en manos privadas, y alcanzó un precio, incluidos costos adicionales de 207.600 libras, unos 260.971 euros.
     
    Ese documento, que no se encuentra incluido obviamente en la obra del filósofo e historiador de la ciencia israelí Max Jammer, referencia fundamental sobre este asunto (Einstein and religión. Princeton University Press, 1999), lejos de poner punto y final a la controversia se prevé que dé oxígeno al debate acerca de las convicciones religiosas de uno de los mayores iconos del siglo XX.
     
    «Últimas voluntades» de Einstein: ateísmo e igualdad frente al sionismo.
    El hecho tan sorprendente y sin duda escandaloso para algunas personas es que Einstein refuta en esa carta el principio de incertidumbre al afirmar que «…la palabra Dios no es más que la expresión y producto de la debilidad humana, y la Biblia una colección de honorables leyendas primitivas, las cuales, no obstante, son de todos modos bastante infantiles.»
     
    Y, en realidad, esas aseveraciones, además de su atea connotación, no dejan de cuestionar aquella supuesta conciliación entre la religión y la ciencia. Mas no satisfecho aún con tales declaraciones y como si quisiera despejar cualquier atisbo de duda al respecto, Einstein añadía «Ninguna interpretación, no importa cuán sutil sea, puede (para mí) cambiar eso». Resumiendo, en lo que puede considerarse sus últimas voluntades respecto de la cuestión religiosa, Einstein renegaba de la fe de sus mayores.
     
    Sabido es que el laureado físico tuvo un papel importante en la creación del Estado de Israel, y tal vez por eso le ofrecieron ser el segundo presidente de ese país. Quizá lo que no se acentúa como se merece es que fue educado en un colegio público católico (Volksschule), y que del mismo modo que recibió clases privadas de religión judía, cumplió con los preceptos sagrados, a pesar de que sus padres no eran especialmente practicantes. En una entrevista realizada por Georg S.Viereck en 1929, declaraba que había sido instruido en la Biblia y el Talmud y que aún creía en la existencia histórica de Jesús.
     
    Pues bien, aquel niño respetuoso con la religión, el mismo que creía en la existencia histórica de Jesús, en la carta (de 1954, presentada al público en mayo de este año), y como si a última hora hubiese sido arrebatado por el deseo de hacer amigos, cuestiona todas las religiones oficiales y aun de manera especial el judaísmo. Sorprendente pero innegable: la emprende sin el menor miramiento contra el sentimiento de superioridad de muchos judíos, como era el caso de su colega, alemán y judío como él, Eric Gutkind, a quien le confiesa «Para mí la religión judía, como las otras religiones, es la encarnación de las supersticiones más infantiles». Y para más consternación de su amigo, apostilla «… los judíos no son mejores que otros grupos humanos, a pesar de que están protegidos de los peores cánceres por su falta de poder. Por otra parte, no consigo ver nada de elegido en ellos». He aquí una crítica en toda regla a la pretensión de aquellas gentes de ser los elegidos del Señor, el pueblo tocado por Dios. Entendidas así las cosas y movido por un más que agudo golpe de sinceridad, no cabe extrañarse que Einstein espetara a su amigo, «En general, encuentro doloroso que reclame usted una posición de privilegio y trate de defenderla con dos muros de orgullo, uno externo como hombre y uno interno como judío». Pero como suele ser habitual en las decisiones del hombre, tras una arena viene una de cal. En efecto, se vio obligado a añadir, quizá sin advertir la contradicción en la que incurría, que sus diferencias eran menores de lo que pudiera parecer, «Lo que nos separa son sólo convicciones intelectuales y de racionalización, en la lengua de Freud. Por lo tanto creo que podríamos entendernos bastante bien si habláramos de cosas concretas». Y se despide con «Fraternales gracias y mis mejores deseos. Suyo, A. Einstein.»
     
    Los expertos consultados por el diario londinense admiten que nunca habían oído hablar de esa carta; mientras que John Hedley Brooke, director del programa de estudios en ciencia y religión del College Harris Manchester, de Oxford, salía al paso de la polémica con un recurso conciliador, «Einstein sentía un gran respeto por los valores encarnados por las tradiciones judía y cristiana». Lo cierto es que el que se había nacionalizado suizo en febrero de 1901 y perdió tres empleos como profesor por su heterodoxa manera de enseñar, le molestaba que lo identificaran con el ateísmo militante. Y es que para Einstein la intolerancia de los ateos era tan denostable como el fanatismo de no pocos religiosos.
     
    La negación del Dios cristiano y de la inmortalidad por un pacifista.
    Transcurría el año 1930 cuando el hijo de los alemanes de clase media Hermann y Pauline, en un breve artículo titulado Lo que creo, tras afirmar que no tenía otros ideales que no fueran la bondad, la belleza y la verdad, indicaba que sus ideas religiosas las alimentaba el misterio «como la más hermosa experiencia que podemos tener… Es esta la emoción fundamental en la cuna del verdadero arte y la verdadera ciencia… Fue la experiencia del misterio –aun mezclada con el miedo– la que engendró la religión». Es decir, el misterio se le antojo «un conocimiento de algo impenetrable, nuestra percepción de la razón más profunda y la belleza más radiante, sólo en sus formas más primitivas accesibles a nuestra mente». Ese «conocimiento y emoción» –prosigue– constituyen la «verdadera religión» y «en ese sentido, y sólo en ese sentido, soy una persona profundamente religiosa.»
     
    Debemos añadir que en esa misma época deseaba que se comprendiera su negación del dios cristiano, del Hacedor de la existencia «que recompensa y castiga a sus criaturas», y del mismo modo que la creencia en la inmortalidad era cosa de «almas débiles». En suma, es como si hubiese tenido la intuición de que todas las religiones se proponen como soluciones y antítesis de la pulsión de muerte, como una tentativa de negar la muerte al afirmar el fantasma de la inmortalidad o de la reencarnación, aspectos que tienen sus raíces en la ausencia en lo inconsciente de nuestra propia muerte.
     
    Las declaraciones de la ya famosa carta dejan ver un cambio en el pensamiento del físico de Ulm respecto al judaísmo, así como una radicalización en cuanto a la religión. Entre los años 1921 y 1932, diferentes artículos relacionados con sus viajes a los EE.UU. muestran su creciente adhesión a la causa sionista y su interés por ayudar a recoger fondos para la colectividad judía y el sostenimiento de la Universidad hebrea de Jerusalén, fundada en 1918; actitud que no tardará en abandonar o al menos matizar. Uno de los grupos armados judíos para la expulsión de los árabes de Palestina, probablemente el más sanguinario, fue el «Stern Gang», llamado así en honor de quien lo creó, Abraham Stern, en 1939. Sus miembros, empero, se sentían más cómodos cuando se los reconocía como «Luchadores por la Libertad de Israel» (Lohamei Herut Yisrael, en idioma hebreo). Fueron las atrocidades que perpetraron las que movieron a Einstein a escribir el 10 de abril de 1948 a los financiadores de esa organización sionista (judíos afincados en norteamérica) la siguiente carta:
     
    Albert Einstein, 10 de abril de 1948.
    Señor Shepard Rifkin, Director Ejecutivo de los «Amigos Estadounidenses de los Luchadores por la Libertad de Israel». 149 Segunda Avenida, New York.
    Cuando una catástrofe real y final recaiga sobre nosotros en Palestina, el primer responsable de ella serán los británicos y el segundo responsable serán las organizaciones terroristas nacidas de nuestras propias filas. No estoy dispuesto a ver a nadie asociarse con esta gente criminal y descarriada.
    Su seguro servidor, Albert Einstein
     
     
    En efecto, Einstein no dudó en esa ocasión de calificar, de manera lacónica pero directa, a aquel grupo como organización terrorista criminal y descarriada. Pero sin duda hay algo más, la precavida advertencia del anciano sabio, la misma que enuncia el refrán español «Quien siembra vientos cosecha tempestades». Su pensamiento religioso estaba mucho más consolidado (aunque lo esencial del mismo, adelantémoslo, le era desconocido). A pesar de que en alguna ocasión menciona la existencia de un Creador personal, ya en una carta de 1926 dirigida al que le fue concedido el premio Nobel de Física en 1954, el alemán Max Born (1882-1970), presenta una de sus sentencias más célebres es ese ámbito «Tú crees en el Dios que juega a los dados, y yo en la ley y el orden absolutos en un mundo que objetivamente existe.»
     
    El panteísmo spinozista de Einstein.
    No se equivocaba el rabino Herbert S. Goldstein (1890-1970) cuando en 1929 manifestó que el verdadero credo de Einstein era «el Dios de Spinoza, que se revela a sí mismo en la justa armonía del mundo, no en un dios que se preocupa por el destino y las obras de la humanidad». Y hasta el final, ciertamente, fue fiel al concepto de Dios y de la naturaleza (Deus sive natura) tan del agrado del filósofo holandés.
     
    Como su estimado Baruch de Spinoza (1632-1677), el célebre judío alemán veía en el cosmos orden y armonía, cuyo efecto en él era un sentimiento transcendental e inconmensurable, oceánico, como afirmaba parafraseando a Freud, que le hacía rechazar la idea del azar y de la necesidad. En «Religión y ciencia», un artículo que ocupó la primera plana del New York Times del 9 de noviembre de 1930, decía «Las leyes de la naturaleza manifiestan la existencia de un espíritu enormemente superior a los hombres… frente al cual debemos sentirnos humildes», y a renglón seguido subrayaba que la experiencia personal de un sentimiento religioso cósmico «no puede dar origen a ninguna noción de Dios y a ninguna teología.»
     
    Así pues, treinta años antes de su deceso, el famoso disléxico mostrábase ya crítico con la creencia en el Dios personal de la tradición judía y cristiana, al que siempre identificó con la etapa «antropomórfica» de la religión. Sentíase cómodo explicando que había tres estadios de la experiencia religiosa. El primero de ellos correspondía a lo que puede llamarse ‘religión del miedo’, común a la religión animista de los hombres primitivos. En el segundo nivel estaba la ‘religión moral’, cuya principal característica era la creencia en la providencia de Dios. En el Cristianismo se podía reconocer estas dos fases, pues al iracundo Dios del Antiguo Testamento le siguió Jesucristo, o sea, el compasivo y todo bondad de los Nuevos Textos Sagrados. Y en tercer y último lugar, encontramos  lo que entendía como «sentimiento cósmico religioso», una experiencia que permitía al hombre percibir lo que de sublime tiene la armonía de la naturaleza. Ese era el nivel que correspondía al advertimiento de la inutilidad y la pequeñez de los deseos humanos, sentimiento documentado en los Salmos de David, sin excepción en los místicos y también en el Budismo y otras religiones orientales, tan proclives a las vivencias nirvánicas, al anonadamiento del deseo y a cuanto por una razón de estructura psíquica accede el psicótico y cuyo retorno, aquí más que en ningún otro caso, es impredicible3.
     
    El panteísmo como forma religiosa de obviar la castración.
    Humano, demasiado humano; y nada tampoco que tenga que ver con el splendid asolation. Así lo acredita que el premio Nobel de Física de 1921 no pudiera ir más allá de la antigua concepción panteísta del cosmos y del hombre del matemático Pitágoras de Samos (582-507 aC). En lo que puede considerarse un arrebato de lucidez destinado a evitar la pena que la herida narcisista provoca al común de los mortales, el célebre filósofo griego dejó constancia muchos siglos antes de que lo hiciera otro no menos conocido filósofo, René Descartes (1596-1650), desconociendo también a que respondía su deseo, del consuelo que recoge uno de sus versos áureos, «El hombre que consiga la más alta purificación del alma y el cuerpo será como Dios, ya que no otra cosa es la que se alcanza al reintegrarse, previa depuración de los deseos por la penitencia y la dietética, en el Todo». El clérigo, predicador e intelectual francés Jacques Benigne Bossuet (1627-1704) hubo de advertir en esa sentencia algo del orden de lo excesivo y aun obsceno, pues entendía que «El panteísta era un ateo disfrazado de Dios mismo.»
     
    Esa antiquísima idea es la que triunfa, curiosamente, en los tiempos postmodernos. Pero siendo contraria a los tejemanejes de las religiones oficiales y excluyendo al Dios personal no por eso deja de ser religiosa y por demás ambiciosa. Por otro lado, su aparente simplicidad trae a la memoria la que acerca de la religión han tenido las porteras de muy diferentes épocas: «Algo superior debe existir desde el momento en que los pájaros encuentran solos su alimento, aunque esa fuerza superior no sea como nos la pinta la Iglesia». Dicho esto, el convencimiento de Einstein en el determinismo en la física (una actitud, para decirlo de paso, que se aviene mal con sus actividades pacifistas), es paralelo a la bondad que atribuye al dios impersonal que es el Todo-Naturaleza, y del que no podía sino participar el hombre.
     
    Lo destacable, como se comprenderá, es que en esa idea se reconoce la inclinación cartesiana del más conocido de los físicos. Se trata una vez más de salvar al Yo, de la pretensión de suturar la herida narcisista del sujeto humano que recoge el concepto griego de homoiosis.
     
     
     
                      Homoiosis (Hacerse Uno con el Otro = Todo-Naturaleza)
              ­­­­____________________________________________________
     
                                                          -φ 
     
     
    El símbolo de la castración, -φ, ocultado bajo la barra de la represión, designa precisamente el intento (inconsciente) de ocultamiento de la verdad que se trata en la religión panteísta. No sería aceptable disculpa alguna para ese deseo, por más inconsciente que sea, más por venir de un hombre de ciencia, hecho que revitaliza los estragos que supone para la ciencia y para la salud. En el desconocimiento de cuanto acontece en lo psíquico y de la razón de su padecer, Einstein afirmó a la ligera «… nunca criticaría, como lo hace Freud, [la fe en un Dios personal], pues tal creencia me parece preferible a la falta de toda visión trascendente de la vida.»
     
    Esa contradictoria opinión abre de par en par la puerta al debate sobre el inveterado anhelo del hijo del hombre de evitar lo mejor que le podría ocurrir, esto es, la castración simbólica y, por lo mismo, de complacerse en la perversa aspiración que recoge el concepto de divinidad. Y eso más allá de que Dios, en el panteísmo determinista que abrazó el sabio alemán, dejó de ser personal para convertirse en razón, geómetra y lógico, idéntico a la estructura del orden cósmico. Lejos, muy lejos quedaba ya para este Einstein la tradición cristiana de un Dios personal y providencial; pero si eso fue causa de escándalo para los conservadores y de aplauso para los ateos, por lo que la carta hallada nos permite conocer, son quizá estos últimos los que se llevarán el agua a su molino.
     
     
     
    Notas
    1. La primera frase (Raffiniert ist der Herr Gott, aber boschaft is er nicht) parece que fue dicha por Einstein en una conversación en su primera visita a Princeton en la primavera de 1921. Por iniciativa del matemático Oswald Veblen la frase fue grabada sobre el hogar de la sala de profesores de Fine Hall. La segunda (Gott würfelt nich), aparece en varias cartas y se refiere a su posición respecto de la «interpretación de Copenhague» de la teoría cuántica. En una carta a Max Born de diciembre de 1926, Einstein le decía «La mecánica cuántica es por cierto digna de atención. Pero una voz interior me dice que no es todavía la cosa real. La teoría da mucho, pero difícilmente nos acerque a los secretos del Viejo. En todo caso, estoy convencido de que [Él] no juega los dados.»
     
    2. De creer a Einstein, a los cincuenta años seguía leyendo la Biblia. En una carta en la que respondía a una felicitación por haber cumplido cincuenta años, remitida por Heinrich Friedmann, su antiguo profesor de religión en el Gymnasium, le decía «Leo la Biblia a menudo, pero el texto original permanece inaccesible para mí.»
     
    3. En el año 1918, con motivo de una conferencia en honor del físico bávaro Max Planck (1858-1947), Einstein afirmó que coincidía con el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) en que la motivación para dedicarse al arte o a la ciencia sería el escape «de la vida cotidiana con su dolorosa crudeza y desesperanzada monotonía, [el escape] de las cadenas con que nos atan nuestros deseos siempre cambiantes.»
     

    Responder
    • 1.1
      emilio silvera
      el 17 de mayo del 2011 a las 7:39

      Estimado Señor Don José Miguel Pueyo, psicoanalista:
      Agradecemos su información que no entramos a valorar, la tomamos como una curiosidad del asombroso y cercano  personaje que, al fin y alcabo, además de genial, era también un hombre, y, como ser humano, estaba expuesto a cualquier cambio de criterio y creencias…como cualquiera de nosotros.
      A lo largo de la vida de una persona, son sus vivencias las que hacen que se opine de una u otra manera con respecto a cualquier cosa.
      Le agradecemos su aportación, algo nuevo nos ha traido.
      Un saludo

      Responder
  2. 2
    Filósofo Contemporáneo
    el 16 de mayo del 2011 a las 22:58

    Llámese X, o como se quiera, al ser vivo que nos alberga.

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