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LA MÍTICA TIERRA DE TARTESSOS, FINAL

Autor por Emilio Silvera    ~    Archivo Clasificado en Rumores del Saber    ~    Comentarios Comments (0)

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LA NECRÓPOLIS DE SETEFILLA

La gente que usaba el cementerio de Setefilla vivió en el cercano asentamiento de la Mesa de Setefilla durante la segunda mitad del siglo VII a.C. y comienzos del VI a.C. Tres de los túmulos son muy conocidos. El primero que se descubrió, el túmulo de H, fue explorado por George Bonsor y R. Thouvenot en 1926. Tenía una cámara central, a la que se llegaba por unos peldaños, y una antecámara; y contenía una inhumación con preciosos objetos funerarios (de marfil y de joyería en oro y ámbar) y un servicio ritual formado por un jarro oenochoe y un plato, ambos de bronce. El gusto del difunto por los objetos fenicios era evidente. Los túmulos A y B también están bien documentados y volvieron a excavarse entre 1973 y 1975. Los túmulos, que medían 29 y 16,7 metros de diámetro y 3,20 y 1,30 de altura, respectivamente, se construyeron sobre la zona circular (delimitada por medio de piedras en posición vertical) de una necrópolis colectiva (45 enterramientos de incineraciones en fosas en el túmulo A, y 33 sepulturas de incineraciones parecidas en el túmulo B). El túmulo A tenía un prominente enterramiento de incineración colocado dentro de una cámara funeraria central de 10 metros de longitud. Se habían tomado precauciones contra los saqueadores, toda vez que la entrada estaba bloqueada y un corredor falso servía para disimular el acceso.

EL CEMENTERIO DE LAS CUMBRES

En Las Cumbres el cementerio contenía varios túmulos muy grandes. Esta extensa necrópolis (cerca de 100 hectáreas) en las laderas meridionales de la sierra de San Cristóbal está 500 metros al norte del Castillo de Doña Blanca asentamiento de población mixta que mira hacia Gades. El túmulo 1, de 22 metros de diámetro y 1,80 de altura, presentaba un ustrinum central y 63 enterramientos de incineraciones y era un montículo artificial con la parte superior plana. Al principio se encontraron pocos indicios de diferencias sociales. Se comprobó que las más antiguas entre las sepulturas de incineraciones, que databan de la primera mitad del siglo VIII a.C., eran de carácter puramente local; cuando se desenterró el ustrinum, los objetos funerarios de metal (hebillas para cinturones, fíbulas y un cuchillo de hierro) revelaron la procedencia esencialmente local de las personas enterradas allí. Sin embargo, un grupo posterior de enterramientos (que datan de bien entrado el siglo VII a.C.) contenía objetos con indicios del ritual funerario compuesto de una comunidad familiarizada con las libaciones, la quema de incienso y los perfumes oleaginosos que usaban los fenicios. Un túmulo secundario que contenía 13 incineraciones, en el ángulo suroccidental del principal, reveló que había, de hecho, diferencias en los objetos funerarios entre la persona enterrada en la posición central (con una serie de adornos personales y vasos de alabastro y de estilo fenicio) y el resto de las sepulturas. Había en la necrópolis otros túmulos con cámaras y corredores que, al parecer, datan de una fase posterior a la de los del ustrinum central del túmulo 1. Por tanto, parece que la disposición de los enterramientos efectuados en Las Cumbres no se hizo atendiendo a una jerarquía social hasta después de que las repercusiones económicas de la colonización tuvieran la oportunidad de materializarse.

ENTERRAMIENTOS TARTÉSICOS QUE CONTENÍAN ORO

Hay varios enterramientos excepcionalmente ricos en territorio tartessico que datan de la época de las tumbas de cámara y el más fastuoso de ellos es el que contenía el llamado «tesoro»  de La Aliseda, en Extremadura. El emplazamiento de este hallazgo era una indicación clara de que el hábitat de la población tartésica del período posfenicio se había extendido hacia las regiones occidentales de la Península Ibérica, siguiendo una ruta que conduce a los minerales del noroeste. La necrópolis de Medellín (Badajoz) vendría a sancionar esta valoración. En La Aliseda se enterró una dama principal con joyas y otros artefactos de gran calidad. Entre los ornamentos de oro había 194 prendas de vestir, una diadema y pendientes, brazaletes, collares con amuletos colgantes y un cinturón. Todas las joyas eran ejemplos espléndidos de la artesanía tartésica en oro: representaban, con mucho, la más atractiva demostración de los notables resultados que se obtenían al poner técnicas orientales en manos locales. La dama también llevaba ocho anillos con sellos fenicios importantes. El ritual de su entierro requirió un jarro de vidrio sirio, que mostraba inscripciones jeroglíficas seudo egipcias, vasos de plata y un plato, un espejo de bronce y ánforas fenicias. La tumba de La Aliseda se convirtió en el ejemplo perfecto de la influencia que los rituales fenicios y los motivos decorativos del Mediterráneo ejercían en la buena sociedad de Tartessos. Los objetos funerarios de esta tumba confirman que se seguía la liturgia funeraria de usar un plato y un jarro para servir alimentos y bebida (como se vio en los cementerios de La Joya y en Los Alcores). También confirman que se seguía este ritual los numerosos objetos de esta clase, generalmente de bronce, que luego se han encontrado en el valle del Bajo Guadalquivir y en Extremadura. Finalmente, los objetos funerarios de La Aliseda muestran de forma clara la medida en que algunos miembros de la comunidad tartésica disponían de los medios necesarios para comprar objetos importados, joyas lujosas y ornamentos preciosos.

La joyería de oro que se producía en la región de Tartessos bajo la influencia de una tradición oriental alcanzó gran difusión. Se han documentado hallazgos en zonas que van de Portugal (Sines) a la costa oriental (sierra de Crevillente, en Alicante). No todos estos hallazgos son tan espectaculares como las joyas de La Aliseda: generalmente se trata de pequeños ornamentos, tales como cuentas, pendientes y placas decorativas. La mayoría de ellos eran objetos funerarios, aunque hay algunas excepciones, la más notable de las cuales es el tesoro descubierto en El Carambolo, cerca de Sevilla. Este depósito se encontró dentro de una vasija tosca, que a su vez estaba en el interior del asentamiento. Como en el caso de otras colecciones de joyas igualmente famosas, el contexto arqueológico no está claro, aunque es posible que las usara alguien que vivía en una comunidad cercana (tesoros parecidos son la diadema, el brazalete, los anillos y los pendientes de Eborax (Sanlúcar de Barrameda), y el collar de Tharsis, en Huelva).

Las personas que en otro tiempo llevaban las joyas de estilo oriental del territorio tartessico debían de sentirse cómodas con las conocidas figuras, dibujos florales y símbolos representados en ellas: palmetas, intrincados rosetones, pájaros, capullos y flores de loto, cabezas de halcón, « relicarios» semiesféricos y complicados dibujos geométricos forman parte del repertorio decorativo más común. Se inspiran en diferentes formas de metalurgia o textiles de origen fenicio. Las escenas que aparecen en el cinturón encontrado en La Aliseda señalan claramente cuáles eran los temas favoritos de los fenicios; el grifo passant con las alas abiertas, y el combate entre un héroe y su enemigo. La familiaridad con los sellos sirio-fenicios debió de ser una ayuda al crear el collar de El Carambolo, que es una cadena larga de la cual cuelgan ocho sellos. La hábil utilización de antiguas técnicas de la orfebrería mediterránea (tales como el repujado, la filigrana y la granulación) indica que sólo talleres asociados con artesanos fenicios podían haber creado obras de arte tan magníficas.

No hace falta decir que se está debatiendo animadamente en torno a la procedencia de los artesanos, el carácter del trabajo y el emplazamiento de los talleres en los cuales se fabricaban las joyas. Aunque no se tienen respuestas a los interrogantes, todo el mundo está de acuerdo en que las joyas tartésicas fueron producidas por fenicios occidentales o por orfebres locales que seguían las instrucciones de los fenicios. Es posible que al finalizar el siglo VII a.C. ya no hubiese ninguna diferencia étnica entre los dos grupos. También se afirma que el carácter esencial de las joyas (su forma, su diseño, y su función) lo determinaba la demanda autóctona. Finalmente, se supone (pero no está probado) que en ningún centro urbano que no fuese Gades se disponía de la habilidad profesional propia de fenicios occidentales que inspiró las joyas tartésicas.

EL EFECTO DE ORIENTE EN OCCIDENTE

El período de influencia oriental en la Península Ibérica rebasa la esfera tradicional de la arqueología y abarca cuestiones cuya interpretación es aún más problemática y que se refieren al efecto que la religión, el modus vivendi y los logros técnicos de los fenicios surtieron en la sociedad de Tartessos. Hay abundancia de datos que indican la medida en que los fenicios afectaron fundamentalmente a los tartesios. Esta influencia tuvo consecuencias trascendentales y fue transmitida a futuras generaciones. Gracias a los colonizadores fenicios, los nativos del sur de la Península Ibérica tuvieron conocimiento de la escritura, incrementaron de forma considerable la producción de metales —en particular de plata—, mejoraron sus técnicas de construcción y aprendieron a usar bien el torno de alfarero. En el plano ideológico los tartesios asimilaron los dioses y las diosas orientales (Melqart, Astarté y Reshef-Hadad). Adoptaron rituales funerarios de Oriente (tales como ceremonias que requerían el uso de platos, jarros y thymiateria). También adoptaron símbolos orientales como, por ejemplo, monstruos alados mitológicos (grifos o esfinges) o escenas de combate entre depredadores (leones) y presas (gacelas y ciervos). La posibilidad de que estos aspectos abrumadores orientales de los objetos preciosos posfenicios induzcan a engaño continúa siendo objeto de debate en el campo de los estudios Ibéricos.

La mayoría de los artefactos arqueológicos de estilo oriental encontrados en territorio tartessico son o bien artículos de lujo para uso personal u objetos rituales que en la mayoría de los casos se han hallado en tumbas. Es evidente que los procedimientos funerarios —y la ideología que los rituales llevaban aparejada— son los aspectos fundamentales que se vieron afectados por los estímulos orientales. También es manifiesto que los objetos de estilo extranjero servían para indicar la clase social de sus propietarios, tanto mientras vivían como después de morir. No cabe duda de que la emulación debía de ser una fuerza sociológica que condujo al incremento de la producción de artículos preciosos y, por consiguiente, al mejoramiento económico. Además, el intercambio de productos y técnicas entre los colonizadores y las comunidades autóctonas hizo que cada vez resultara más difícil distinguir una comunidad de otra: creó un verdadero «crisol de razas» en la Península Ibérica. Sin embargo, pese a las influencias inequívocamente orientales que recibió la sociedad de Tartessos, las comunidades autóctonas conservaron gran parte de su carácter local. La estructura de la sociedad, tal como manifiestan los túmulos que forman cementerios completos, tienen sus raíces en la organización social del Bronce Final. No todos los objetos funerarios revelan una influencia oriental. Algunos de ellos —tales como las fíbulas, las hebillas para cinturón y los cuchillos— son de estilo local y pueden asociarse formalmente con artículos producidos por comunidades de la península que no eran las que vivían en las regiones meridionales. Fragmentos de carros (bridas o ruedas) en las tumbas tartésicas (La Joya y Los Higuerones, en Cástulo) ciertamente daban prestigio a la persona que estaba enterrada en ellas, pero los rituales funerarios —aunque tuvieran lugar durante un período de influencia oriental—no tenían por qué ser exclusivamente orientales. La vida urbana progresó de manera ininterrumpida en los mismos asentamientos como en el pasado, o muy cerca de ellos. La vivienda, aunque mejoró, no parece que experimentase una transformación radical. Las nuevas circunstancias comerciales no parecen haber fomentado conflictos internos: la vida en la región de Tartessos continuó transcurriendo pacíficamente.

La investigación arqueológica de Tartessos durante los últimos veinte años ha dado al tema la categoría de «mítico» por derecho propio. El período de influencia oriental en la Península Ibérica ha formado los cimientos de la posterior identidad ibérica. Como hemos visto antes, hay buenos motivos para pensar que los colonizadores fenicios desempeñaron un papel importante en los rituales sepulcrales, la religión y los logros culturales y materiales de los tartesios. Sin embargo, aunque el aspecto oriental de Tartessos fue probablemente el componente más pintoresco y estimulante de su carácter distintivo, Occidente prevaleció en gran parte de la vida cotidiana.

Estos comentarios sobre la Mítica Tierra de Tartessos, ha sido transcrito del trabajo realizado por Doña María Cruz Fernández Castro, profesora de Arqueología de la Universidad Complutense, y, redactora del primer Tomo de la Prehistoria en la Península Ibérica, a quien, desde aquí, felicitamos por su exquisito y cuidadoso trabajo que, en todo momento, ha procurado ceñirse a los hechos que los vestigios arqueológicos han dejado como huella del pasado.

Fuente: Editorial Crítica.

 


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